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sábado, 28 de mayo de 2011

El viejo guardián - Tradicional japonés

(Esta es una historia que conocí hace bastante tiempo, pero me había olvidado de ella hasta que hace poco he regalado a una amiga un libro de cuentos que lo contenía. Lo he visto aparecer con diferentes títulos, como Yon y su abuelo o Incendio en los arrozales. Antes de intentar reproducirlo de memoria he preferido traeros la versión que he encontrado en BVH, extraída de un libro de leyendas de 1938.)

¡Qué gusto daba mirar desde lo alto de los barcos que resbalaban sobre el mar como un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte. Sin padres, había ido a vivir con su abuelo en aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡Qué bien se vivía en aquella paz campesina!

El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado del sol. Yon veía las casas, pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas.

Entre el monte y el mar sólo había una estrecha faja de tierra donde los hombres construyeron sus casas. Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo.

El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega. Yon se sentía feliz. Abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro de que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.

Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa. Una especie de nube grande y negra se elevaba en el confín como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto, se volvió hacia la casa y grito:

-¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida.

El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo.

Yon le seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó:

-¡Qué haces,abuelo! ¡Qué quieres hacer!

-¡De prisa,de prisa,Yon, prende fuego a los campos!

Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha llamenate entre las las espigas.

Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.

Desde allá abajo, los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por los senderos tortuosos del monte; subiendo,subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás. También las mujeres subían con los niños a la espalda. Al llegar al llano y ver los extensos arrozales devastados, la indignación se oyó en un grito de furia:

-¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?

El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad:

-¡Yo he sido!

Yon sollozaba.

Un grupo los rodeó en actitud amenazadora, gritando.

-¿Por qué lo han hecho? ¿Por qué?

El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando el horizonte.

-Mirad allá- dijo.

Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba amenazadora desde el confín.

Hubo un momento de horror. Ni un grito... Los corazones latían con fuerza.

La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un ronco bramido, se volcó sobre la costa deshaciéndolo todo, invadiéndolo todo, y fue a romperse, en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña... Una ola más. Después otra más débil... Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.

La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, deshecho y arrastrado por aquella ola inmensa.

El viejo guardia miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte.

Su presencia de ánimo los había salvado de la invasión del mar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El cortador de bambú - Tradicional japonés

Un anciano cortador de bambú, de nombre Taketori no Okina (el anciano que cosecha bambú),  se dirigía como cada día a recolectar los tallos con los que se ganaba la vida. Pero esa mañana iba a ser distinta a las demás: al caminar por el bosque encontró frente sí un tallo de bambú que brillaba misteriosamente. Con mucha precaución procedió a cortarlo, para descubrir en su interior un hermoso bebé del tamaño de su pulgar.

Cuando se recuperó de su sorpresa, Taketori acunó a la pequeña con cuidado entre sus manos y la llevó a su casa. Su esposa y él tomaron la aparición de la niña como una bendición, y decidieron cuidarla como la hija que nunca habían tenido, llamádola Kaguya-hime (radiante princesa de la noche).

Taketori no Okina lleva a Kaguya-hime a su casa. Dibujo de Tosa Horomichi (1650).
Fuente Wikipedia Commons.

Tras ese día, cada vez que Taketori no Okina salía a cortar bambú, dentro de cada tallo encontraba pequeñas nueces de oro. Pronto se hizo rico, mientras Kaguya crecía hasta convertirse en una mujer extraordinariamente hermosa. Aunque el anciano intentó mantenerla aislada del mundo exterior, no pudo evitar que se extendiera la noticia de su belleza.

sábado, 7 de noviembre de 2009

La boda de los ratones

Os dejo un cuento tradicional japonés y así aprovecho para mandar un beso a los amigos que están por aquellas tierras.


Érase una vez, en Japón, dos ratoncitos que se querían mucho. Tanto él como ella estaba muy enamorados, pero tenían un grave problema: el padre de la ratoncita que estaba obsesionado con la fuerza, quería casarla con el Sol porque decía que el Sol era el más fuerte del mundo.

lunes, 5 de octubre de 2009

El espejo de Matsuyama

En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivía un matrimonio de jóvenes campesinos que tenían como centro y alegría de sus vidas a su pequeña hija. Un día, el marido tuvo que viajar a la capital para resolver unos asuntos y, ante el temor de su mujer por viaje tan largo y a un mundo tan desconocido, la consoló con la promesa de regresar lo antes posible y de traerle, a ella y a su hijita, hermosos regalos.

Después de una larga temporada, que a la esposa se le hizo eterna, vio por fin a su esposo de vuelta a casa y pudo oír de sus labios lo que le había sucedido y las cosas extraordinarias que había visto, mientras que la niña jugaba feliz con los juguetes que su padre le había comprado.

-Para ti -le dijo el marido a su mujer- te he traído un regalo muy extraño que sé que te va a sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.
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