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viernes, 26 de enero de 2018

La maldición de Pandu


Hace poco estaba leyendo el Mahabhárata y una de sus historias me pareció tan curiosa y divertida que no pude evitar empezar a tuitearla. En cuanto me di cuenta se había convertido en un hilo que no dejaba de crecer. Como me daba pena dejarla allí olvidada he querido rescatarla para el blog. No es una entrada al uso, aunque le he dado algo de estructura (sin editar el contenido) el lenguaje y la construcción la dictan los 280 caracteres de Twitter. Aún así creo que conserva su chispa también en este formato, aunque eso mejor los juzgáis vosotros.
¿Que qué es el Mahabárata? Según Wikipedia el Mahabhárata es "la gran epopeya mitológica de la India”. Narra los conflictos entre dos ramas de una familia real, agrupadas en torno a los cinco hermanos Pándava y sus primos los noventa y nueve Káurava. Su enemistad y sucesivos enfrentamientos, que desembocan en una gran batalla final, es el hilo conductor de la historia.
Nadie sabe en realidad cómo de antiguo es el Mahabharata. Puede tener veinte, treinta o hasta cuarenta siglos. Sus 100.000 versos lo convierten en uno de los poemas épicos más largos del mundo, ocho veces más extenso que la Ilíada y la Odisea juntas y cuatro veces más que la Biblia. Pero al mismo tiempo es una obra donde el romance, los celos, la aventura e incluso lo absurdo se dan de la mano para crear una historia desbordante de imaginación.
Hoy os traigo mi versión, cargando algo más la parte humorística en un texto no exento de él, de la historia de la maldición del príncipe Pandu, y cómo esta acabó llevando al nacimiento de los Pándava que serán los auténticos héroes del Mahabhárata.



El mayor entretenimiento del príncipe Pandu era salir por ahí con sus ejércitos a subyugar países vecinos, cosa que se le daba bastante bien. Un día, cansado de subyugar, decidió tomarse unas vacaciones en la montaña acompañado de sus dos jóvenes y hermosas esposas.
Al principio la cosa fue bastante bien; los días pasaban entre risas, cazando y folgando, folgando y cazando. Pero la desgracia acechaba cerca. La desgracia y una pareja de ermitaños, marido y mujer, que tenían la costumbre de meditar durante gran parte del año para tomarse un descanso de vez en cuando. Descanso que pasaban, en efecto, folgando, que se ve que el aire de la montaña era bastante revitalizante.
Pero claro, si te pasas el año entero meditando luego el folgar normal y corriente te sabe a poco, así que tras unos días dale que te pego al ermitaño le dio por probar si eso de folgar como animales estaba tan bien como sonaba y metamorfoseó a los dos en ciervos. Y oye, debía estar realmente bien, porque le pillaron el gusto y decidieron quedarse unos días como ciervos folgando de acá para allá por la montaña.
Pandu a punto de llevarse el disgusto de su vida.
Hasta que un día se cruzaron con el joven príncipe Pandu en plena cacería. Pandu no se atuvo a la costumbre que prohibía cazar a animales folgantes y atravesó con una flecha al ciervo macho, que inmediatamente se transformó de nuevo en ermitaño, que con su último estertor le dijo: "¡No valía, estaba folgando! Me has cortado el rollo y yo te voy a cortar el tuyo. Escucha mi maldición: la próxima vez que yazcas con mujer morirás. ¡Chúpate es...!"
Y con esas palabras (más o menos), el ermitaño expiró. Como podéis imaginar, Pandu se lo tomó regular. Volvió a contarles su desgracia a sus esposas, Kunti y Madri, y les pidió que se volvieran a la corte, que él se quedaba en la montaña, que si no podía folgar ya no quería ser príncipe ni nada. Kunti y Madri le acompañaron en el llanto y las quejas por su mala cabeza. Pero se negaron a volver: si él quería vivir en la abstinencia, ellas, sus dos jóvenes, hermosas y deseables esposas, le acompañarían para que no sufriese en soledad.
Total, qué podía salir mal.
Así que se allí se quedaron los tres, decididos a acabar su vida como ermitaños y sin volver a comerse una rosca. (Así que ya sabéis niños y niñas, si un día os cruzáis con dos animalitos en plena faena ni se os ocurra molestarlos, no vayáis a acabar en una montaña aguantando la calentura por el resto de vuestra vida.)

Al principio fue bastante duro pero, a pesar de lo que estáis pensando, Pandu, Kunti y Madri lograron contener sus juveniles impulsos y se entregaron a una vida de castidad y meditación en la montaña. Al cabo de algo más de un añito Pandu se dio cuenta de que, a fuerza de meditar, ya apenas pensaba en folgar. Pero claro, allí perdidos en la montaña y sin muchas más cosas que hacer le dio por darle al coco y empezó a agobiarse. La razón es que su abuela le había enseñado de pequeñito que si un hombre moría sin descendencia no podría entrar en el cielo. Es decir, que si folgaba, malo, y si no, también.
Agobiado Pandu le comentó a sus cuitas a otro de los ermitaños de la montaña (podríamos llamarlo Probe Miguel, ya que era feliz allí y hacía tiempo que no salía). Probe Miguel confirmó lo que le había contado su abuela, pero le dijo que en realidad lo importante era educar al hijo, que en caso de necesidad podía ser otro el que fecundara a su esposa, y que bueno, ya que lo dices, yo no tengo nada pendiente para hoy, y que por un colega ermitaño lo que sea, eh, lo que sea.
Pandu fue muy contento a contarle su idea a Kunti, que era la mayor de sus esposas. Kunti dijo que ni mijita, que ella al Probe Miguel no se acercaba ni con un palo. Pero que se si tanto empeño tenía había una alternativa mucho mejor. Resulta que cuando era joven un hombre sabio se había alojado en casa de su padre y que, agradecido por lo bien que la muchacha lo había cuidado, le había enseñado un mantra que le permitía convocar a un Deva (dios) a su voluntad.
Lo que se ahorró contarle fue que en su momento lo usó para convocar al Deva del sol, sólo para descubrir que el mantra del hombre sabio era, en efecto, para convocar a un Deva, pero sólo si tenías intención de confraternizar con él. Confraternizar muy íntimamente.
Pandu acogió la idea encantado. Un día se llevó a Madri a visitar a unos colegas ermitaños (no al Probe Miguel, que vete tú a saber por qué ya no le recibía con tanta alegría) y Kunti aprovechó para convocar al Deva de la justicia. Y allí mismo hicieron justicia. Y un bebé.
Pandu se puso contentísimo con su primogénito, y se dispuso a enseñarle todo lo que sabía (empezando por no cazar animales cuando están en faena). Tanto le gustó su faceta de padre que, al cabo de un año, le dejó caer a Kunti que igual era al momento de saludar a algún otro Deva. Kunti, que guardaba buen recuerdo de las anteriores dos visitas (¿He dicho dos? Qué va, no habrás escuchado bien, cari) se prestó encantada, esta vez llamando al Deva de los vientos, con el que hizo de... todo. Y otro bebé.
Y otra vez al cabo de un año que el feliz padre empieza a dejar caer que no hay dos sin tres, y que mira que lindos están, que son la alegría de la montaña. Total, que Kunti otra vez a convocar a un Deva. Esta vez eligió al Deva supremo, que para que una vez al año que le da una alegría al cuerpo no es plan de cortarse. Tan poco se cortó que Kunti dijo hasta aquí hemos llegado, que lo de los Devas está muy bien, pero que su cuerpo mortal no iba a aguantar otro homenaje como esos.
Pero tanto insistió Pandu en seguir aumentando la familia, que al final Kunti admitió usar el mantra una última vez, pero para que lo disfrutara Mandri, que al tiempo dio a luz a gemelos. Aunque le hubiera gustado tener alguno más, Pandu fue muy feliz criando a sus cinco hijos junto con Kunti y Mandri.

Pasaron quince años llenos de alegrías y satisfacciones, hasta que, finalmente, pasó lo que tenía que pasar. Estaba Pandu dando un garbeo por la montaña cuando llegó junto a un río donde Mandri estaba a punto de darse un baño. Dieciocho años hacía que Pandu no había visto a un mujer desnuda, así que os podéis imaginar su reacción. Sin poder contenerse se lanzó sobre Mandri a dejar salir dieciocho años de celibato. Y aunque Mandri intentó detenerlo, acabó pensando que al fin y al cabo quizás después de tanto tiempo la maldición habría perdido su poder.
Y no.
Podríamos decir que fue un polvo de morirse.
Así acabó sus días el bueno de Pandu, con una sonrisa en los labios, dejando tras de sí a cinco jóvenes que acabarían siendo los protagonistas de uno de los más grandes textos míticos de la antigüedad. Pero eso ya es otra historia.

viernes, 8 de septiembre de 2017

De cómo el hijo del Rajá consiguió a la princesa Labam

Hoy os traigo un cuento de la India, recopilado por Joseph Jacobs en su libro Indian Fairy Tales. El libro fue publicado en 1892, es de dominio público y puede encontrarse en Archive.org. La traducción es mía, y puede usarse libremente siempre que indiquéis la fuente (ver al final de la entrada). He incluido las ilustraciones que aparecen en el libro, obra de Gloria Cardew.
Tenéis disponibles las versiones en epub y mobi por si queréis leerlo en vuestro dispositivo electrónico.




En cierto país había un Rajá cuyo único hijo salía a cazar todos los días. Un día la Rani, su madre, le dijo:
—Puedes cazar donde quieras en estas tres direcciones, pero nunca debes aventurarte en la cuarta.
Dijo esto porque sabía que, si se dirigía hacia allí, oiría hablar de la hermosa princesa Labam y dejaría a su padre y a su madre para lanzarse en su busca.
El joven príncipe obedeció durante un tiempo. Pero un día, mientras cazaba en las tres direcciones a donde le permitían ir, recordó lo que le había dicho su madre y decidió averiguar por qué le había prohibido viajar hacia la cuarta. Allí encontró una jungla, sin más habitantes que una bandada de loros. El joven Rajá hizo algunos disparos e inmediatamente todos huyeron levantando el vuelo. Todos salvo uno, llamado Hiraman, que era su Rajá.
Al verso solo Hiraman llamó a los otros loros: 
No me abandonéis bajo el fuego del hijo del Rajá. Si me dejáis así se lo diré a la princesa Labam.
Entonces los loros regresaron entre parloteos junto a su Rajá. El príncipe, muy sorprendido, dijo:
—¡Vaya, estos pájaros pueden hablar! —y les preguntó—. ¿Quién es la princesa Labam? ¿Dónde vive?
Pero los loros no querían contárselo.
—Nunca llegarás al país de la princesa Labam —fue todo lo que dijeron.
El príncipe se puso muy triste al ver que no lograba sacarles nada más; arrojó su escopeta y regresó a su hogar. Cuando llegó no habló con nadie ni quiso comer nada, sino que se tumbó en su cama durante cuatro o cinco días, y parecía estar muy enfermo.
Finalmente les contó a su madre y su padre que quería partir en busca de la princesa Labam.
—Debo ir —les dijo—; debo ver cómo es. Decidme cuál es su país.
—No sabemos dónde está —le respondieron.
—Entonces debo salir a buscarlo.
—No, no —le dijeron—, no debes dejarnos. Eres nuestro único hijo, quédate a nuestro lado. Nunca podrás encontrar a la princesa Labam.
—Debo intentarlo; tal vez Dios me muestre el camino. Si mi destino es vivir y encontrarla volveré con vosotros. Pero quizás muera y nunca vuelva a vuestro lado. Aun así debo partir.
Así que le dejaron marchar, entre lágrimas. Su padre le dio hermosas vestiduras y un hermoso caballo. Y él tomó su escopeta, su arco y flechas y muchas otras armas “porque”, pensó, “puedo necesitarlas”. Su padre le dio también una gran cantidad de rupias.
Entonces preparó su caballo para el viaje y les dijo adiós a su padre y a su madre. Su madre tomó su pañuelo, envolvió en él algunos dulces y se lo dio a su hijo.
—Hijo mío, cuando estés hambriento toma uno de estos dulces.
Entonces comenzó su viaje, cabalgando sin cesar hasta que llegó a una jungla donde había una charca a la sombra de unos árboles. Se bañó y bañó a su caballo en la charca y se sentó bajo un árbol.
—Ahora —se dijo— comeré algunos de los dulces que mi madre me preparó, beberé algo de agua y continuaré mi viaje.
Abrió su pañuelo y tomó un dulce. Encontró una hormiga en él. Tomó otro; también tenía una hormiga. Así que dejó ambos dulces en el suelo y cogió otro, y otro, y otro, hasta que los sacó todos, y en cada uno había una hormiga.
—No importa —se dijo—, no comeré dulces, que se los coman las hormigas.
En ese momento apareció ante él el Rajá de las Hormigas, que le dijo:
—Has sido bueno con nosotros. Si alguna vez te encuentras en problemas, piensa en mí y acudiremos.
El hijo del Rajá le dio las gracias, montó en su caballo y continuó su viaje. Cabalgó sin cesar hasta que llegó a otra jungla, donde vio a un tigre con una espina en su pata, que rujía fuertemente por el dolor.
—¿Por qué ruges así? —preguntó el joven Rajá—. ¿Qué te ocurre?
—He tenido doce años una espina en mi pata —respondió el tigre— y me duele. Por eso rujo.
—Bien, yo te la quitaré. ¿Pero es posible, siendo un tigre, que después me devores?



martes, 24 de noviembre de 2009

La Llave de la Felicidad

El Divino se sentía solo y quería hallarse acompañado. Entonces decidió crear unos seres que pudieran hacerle compañía. Pero cierto día, estos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron en Él. Dios se quedó triste, nuevamente solo. Reflexionó. Pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la llave de la felicidad, encontrar el camino hacia Él y volver a quedarse solo. Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no diese con ella. Tenía, desde luego, que esconderla en un lugar recóndito donde el hombre no pudiese hallarla. Primero pensó en ocultarla en el fondo del mar; luego, en una caverna de los Himalayas; después, en un remotísimo confín del espacio sideral. Pero no se sintió satisfecho con estos lugares. Pasó toda la noche en vela, preguntándose cual sería el lugar seguro para ocultar la llave de la felicidad. Pensó que el hombre terminaría descendiendo a lo más abismal de los océanos y que allí la llave no estaría segura. Tampoco lo estaría en una gruta de los Himalayas, porque antes o después hallaría esas tierras. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios siderales, porque un día el hombre exploraría todo el universo. "¿Dónde ocultarla?", continuaba preguntándose al amanecer. Y cuando el sol comenzaba a disipar la bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el hombre no buscaría la llave de la felicidad: dentro del hombre mismo. Creó al ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad.

Cuento de la tradición oral hindú 

Esta entrada va con un beso para mi amiga M. Ángeles, que siempre ha sabido dónde hay que buscar (lo difícil luego es encontrarla, claro).
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