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sábado, 6 de mayo de 2017

Las cuentas de Agesilao

Agesilao II fue rey de Esparta entre el 398 y el 358 a. C. Dicen que era valiente, honrado y un gran jefe militar; el estereotipo de espartano que nos suele venir a la cabeza, aunque probablemente con los abdominales menos marcados y tendencia a llevar a la guerra algo más de armadura que una triste capa. Podríamos decir que era muy espartano y mucho espartano. 
Supongo que ser el jefe militar de la polis hegemónica haría que fuera bastante seguro de sí mismo. O, dicho de otro modo, que iba un poco sobrado. Al menos eso debía pensar Plutarco cuando incluyó la siguiente anécdota en sus Vidas paralelas
Cuenta Plutarco que los aliados de Esparta estaban algo molestos con Agesilao por llevarlos a la guerra todos los años sólo para satisfacer su encono contra Tebas, y se quejaban de que les obligara a seguirlo de aquí para allá cuando ellos aportaban bastantes más soldados que los espartanos. Aquí no puedo menos que imaginarme a Agesilao alzando una ceja y diciendo algo así como "Conque esas tenemos, piltrafillas", que seguro que en griego antiguo y dicho por un rey espartano tiene que sonar impresionante.
Mandó entonces Agesilao que los aliados se sentaran en un lado y los espartanos a otro. Así agrupados las fuerzas parecían descompensadas en favor de los aliados. Entonces Agesilao ordenó que se levantaran todos los alfareros. Cuando estos estuvieron en pie mandó alzarse a los latoneros. A estos los siguieron carpinteros, albañiles, y demás oficios, hasta que casi todos los aliados estaban de pie mientras los espartanos permanecían sentados. Entonces se volvió hacia los jefes aliados, que a esas alturas debían de tener las orejas bastante rojas, y entre risas les dijo: “¿Veis con cuántos más soldados contribuimos nosotros?” 

Agesilao espera a otro gobernante (bastante menos campechano que él) echado en la hierba (fuente).

domingo, 3 de junio de 2012

Eco y Narciso

Eco era una ninfa que vivía con sus hermanas en los bosques cercanos al monte Helicón. Las ninfas eran divinidades de la naturaleza, unos espíritus femeninos a los que gustaba cantar, bailar y... Bueno, si os digo que nifómana viene de ninfa yo creo que os podéis hacer una idea, ¿no? Esta última cualidad era especialmente apreciada entre otras criaturas divinas, entre las que se encontraba el mismo Zeus, que tenía cierta afición a pasear por sus bosques.

Esta simpatía hacia las ninfas no era del agrado de Hera, que se dejaba caer de cuando en cuando por los alrededores con la intención de pillar a su marido con las manos en la ninfa. Y aquí es donde entra en escena Eco. Veréis, Eco tenía una particularidad que la distinguía de sus hermanas: tenía una prodigiosa facultad para hilvanar elaborados discursos que adornaba de singular manera haciendo uso de... vamos, como se diría coloquialmente, que no se callaba ni debajo del agua.

Aunque esta facultad suya podía llegar a resultar en ocasiones un poco irritante para sus hermanas, pronto habían encontrado una manera de utilizarla en su beneficio. Nada más aparecer Hera por las cercanías del bosque, Eco se las apañaba para hacerse la encontradiza y descargar sobre ella todo el peso de su elocuencia. Y mientras Hera se veía enredada en una catarata de saludos, comentarios, reflexiones y cotilleos, Zeus aprovechaba para escabullirse discretamente de vuelta a casa.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El mito de Aracne

Aracne era una doncella lidia famosa por su habilidad tejiendo. Pero cuando la alababan diciendo que estaba inspirada por la misma Atenea, diosa de la artesanía (por no hablar de la sabiduría y la guerra, claro), Aracne, altanera, afirmaba que su arte superaba al de la misma diosa.

Y claro, si una cosa no aguantaban los dioses (aparte de a los otros dioses), era que un simple mortal osara ponerse por encima de ellos. Queriendo darle una oportunidad para enmendarse, Atenea se presentó en el taller de Aracne disfrazada de anciana, y le aconsejó que, si bien en su ejecución podía considerarse superior a cualquier otro humano, no era una buena idea enfadar a una diosa por un quítame de ahí esos hilos, y le recomendó retractarse de sus palabras y pedir disculpas a la diosa.

Pero Aracne era demasiado orgullosa para eso, y su osadía llegó al punto de decir que, si tan buena era la diosa con la aguja, estaba dispuesta a competir con ella de igual a igual. Atenea, incapaz de aguantar más, se descubrió causando pavor en todos los presentes salvo en la misma Aracne (cosa que, como podéis imaginar, ayudó a que se enfadara más).

Así pues ambos contenientes se sentaron frente a sendos telares y comenzaron con su obra. Atenea trazó un hermoso tapiz mostrando a los dioses del Olimpo en toda su majestad. Cuando acabó su tarea y se giró, satisfecha, para contemplar el trabajo de su rival, volvió a llenarse de ira. Esa miserable mortal no sólo se había atrevido a superar su ejecución, sino que además su tapiz era un compendio de los más bajos actos de los dioses en su trato con los humanos.

Llena de furia Atenea destrozó el tapiz de Aracne y la golpeó en el rostro. La muchacha, loca de temor, corrió a colgarse con uno de sus hilos. Esto despertó la compasión de Atena; al fin y al cabo había sido vencida justamente. Pero aún así había que castigar el orgullo de la joven, así que, mientras que sostenía los pies de Aracne para que no se ahogase, la condenó a ella y a su descendencia a vivir siempre colgada de sus hilos, transformándola en una araña.

Nota: Podéis encontrar la versión clásica del mito de Aracne en Las metamorfosis de Ovidio.
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